Mi imagen personal

18.12.2020

Todas las personas contamos con una imagen personal formada por diferentes aspectos que incluyen por supuesto las características físicas y netamente estéticas, como la apariencia general y los detalles que la conforman (el maquillaje, el corte de cabello elegido, los colores, cortes y accesorios del vestuario, el aseo, las fragancias), abarcando al mismo tiempo aspectos más abstractos como la forma de vincularse con el entorno, los modelos mentales, la filosofía de vida, la ideología y el respeto (o no) a las convenciones sociales. También forman parte de la imagen personal el nivel de lenguaje que se maneja (independiente aunque a veces relacionado con) la formación educativa que ha tenido la persona, las costumbres aprendidas en su entorno social y profesional y la postura corporal.

Esta imagen personal es en primera y más importante instancia una comunicación acerca de nosotros. Comunicamos a través de ella datos sobre nosotros (cómo es nuestro carácter, cuáles son nuestros gustos estéticos, nuestros anhelos, nuestra posición social (real o aspiracional), nuestros valores y muchos detalles más).

Se puede tener una buena imagen, una mala imagen, una imagen mediocre, simpática o indeseable, pero no hay forma de elegir no tener una imagen personal, pública y privada. Pues tenemos una imagen personal hasta ante nuestros propios ojos, relacionada íntimamente con nuestra autoestima y con lo que significamos para nosotros mismos.

La imagen personal además es una de las herramientas que usamos -consciente o inconscientemente- para poder relacionarnos con el entorno y llevar adelante nuestra vida en este mundo. En el mejor de los casos, gerenciamos nuestra imagen a fin de producir los resultados más convenientes para nuestros fines cualesquiera sean: conseguir un trabajo, un ascenso, suscitar el interés en otra persona, mantener un círculo de amigos, etc. En el peor, esta comunicación se produce sin el menor control, quedando a la suerte de cada quien los resultados, a veces buenos, otras, desastrosos.

Y como en toda comunicación, no debemos olvidar el feed-back que vamos a recibir del mensaje que hayamos emitido voluntariamente o no que influye siempre de alguna manera en la gestión de nuestra imagen, sobre todo a nivel emocional y de autoestima porque a través de la respuesta externa corregimos o reforzamos conductas y conceptos acerca de nosotros mismos.

Autoestima

La autoestima es el sentimiento valorativo de nuestro ser en su totalidad incluyendo los rasgos corporales, mentales y espirituales que conforman la personalidad. Esta autoestima se va gestando desde la niñez, se aprende y se puede modificar. Tiene varias dimensiones: física, afectiva, social, ética y académica, que dan cuenta de diversas áreas de desempeño de la persona.

La autoestima nos indicará la idea, opinión o creencia que tiene una persona sobre su carácter, su personalidad y su conducta, la valoración adecuada o no de lo que tiene de positivo o negativo en todas las áreas tanto físicas como espirituales y hace referencia a la sensación de estar a gusto o disgusto consigo mismo. Esta sensación es quizás el aspecto más representativo de la autoestima, ya que es la evaluación que llevamos adelante sobre los valores y contravalores que advertimos en nosotros mismos, que produce un sentimiento de admiración, respeto o dolor íntimos con respecto a quiénes somos en relación a quiénes querríamos ser.

La autoestima se gesta, afianza y alimenta a partir de tres pilares:

  • La significación familiar  
  • El logro de los objetivos  
  • El amor/aprobación de las personas significativas que nos rodean.

En base a la autoestima que poseamos en cierto momento potenciaremos o anularemos nuestra capacidad de desarrollar las habilidades internas o de relación y aumenta o disminuye así el nivel de seguridad en uno mismo.

El ámbito donde comienza a formarse la autoestima es por supuesto el seno familiar, donde se incorporan los valores, reglas y conceptos. A esto se refiere significación familiar.

Desde muy pequeños incluso antes de nacer ya se tiene en la familia un lugar determinado y que va a comenzar a formar un concepto de cómo nos ven nuestros mayores significativos -padre/madre- el tesorito de la casa, el milagro y/u otras menos favorecedoras y posteriormente el resto de nuestro entorno ampliado, compañeros de juego y escolares, profesores, etc. colaborará a formarla, rectificarla o reforzarla.

Si crecemos sintiéndonos amados y seguros las posibilidades de desarrollar un verdadero sentido de identidad personal aumentan.

Se requiere de la aprobación del otro, la consideración y el reconocimiento del otro para alimentar la autoafirmación. Es en este aspecto que se basa el más tardío deseo de fama, honor, que son simplemente la máscara del deseo de reconocimiento del otro y ante nosotros mismos. Sin reconocimiento se sufre, no hay quien pueda desarrollarse con independencia del mismo.

La autoestima de un individuo se forma a partir de los comentarios lenguaje verbal y las actitudes de las demás personas hacia él, que le comunicarán un mensaje acerca de él mismo.

Este reconocimiento y cómo se produzca tendrá un papel importante en lo que hace a los desajustes de la imagen en relación a la sensación de bienestar y de la construcción de una relación satisfactoria o insatisfactoria con el propio cuerpo, ya que la autoestima se forma a partir tanto de los comentarios como de las actitudes del entorno hacia la persona.

En relación a la imagen, podemos decir que el nivel de autoestima se relaciona con la percepción de sí mismo en comparación con los valores personales, que son los que se desarrollan durante el proceso de socialización, en la primera infancia.

Se llama caricia a cualquier forma de reconocimiento físico, verbal más allá de que sea positivo o negativo. Una caricia es una manera de comunicar sé que estás ahí y este reconocimiento es fundamental para la vida psíquica, para sentir que se está bien y se es valioso.

En la medida que la distancia entre el sí mismo real y el sí mismo ideal es poca, la autoestima es más sana. Cuando esta distancia se agranda la autoestima baja y la persona se siente desajustada y desvalorizada en relación al entorno.

Lo interesante es que esto ocurre muchas veces más allá de la respuesta real del entorno, porque tiene su base en las creencias individuales de cada quien sobre sí mismo, que será lo que permita darle la significación de positivismo o negativismo a las caricias que se puedan recibir de su círculos social, ya que la autoestima constituye un marco de referencia desde donde se interpreta la realidad externa así como las propias experiencias.

La autoestima influye en el rendimiento de la persona, condiciona las expectativas y la motivación y de esta manera se erige en un componente basal en la salud y equilibrio psíquicos.

Según un estudio realizado al respecto, existe una relación entre la edad y la evolución del auto concepto. En una evolución dentro de los cánones esperables, el niño que se siente valorado y amado por su círculo familiar, comienza con una buena calidad de autoestima, y a medida que se socializa a partir de la escolaridad ésta puede bajar ya que comienza a compararse con otros niños de su edad se enfrenta a otras personas más o menos dotadas que él en diferentes áreas que evalúa desde estética hasta capacidades intelectuales y vinculares. La sensación de ajuste buena autoestima y el consecuente bienestar suelen sufrir un descenso al acercarse a la adolescencia, lo cual no es sorprendente si pensamos que es en ese momento en donde aparecen a nivel evolutivo psicológico, movimientos de re-construcción de la personalidad y la individualidad porque los modelos infantiles ya no sirven y se cuestionan.

Es significativo notar cómo este descenso es más marcado en el sector femenino, impulsado por mandatos culturales de belleza que aún hoy sigue siendo una exigencia preponderantemente femenina. Al entrar en la adolescencia y quizás antes comienza para las mujeres la sensación de insatisfacción con respecto a su propio cuerpo. Esto se traduce en una especie de obsesión en lograr un peso y una forma de cuerpo ideal lo cual es un factor estresante y denostador de la propia identidad, máxime que se realiza sin tener en cuenta las características de forma de silueta y contextura de base.

Si la evolución continúa positivamente hay una subida del auto concepto relacionado sobre todo con el logro de metas, ya que coincide con las edades en donde es esperable que la persona logre el desarrollo profesional logrando la satisfacción personal en el éxito laboral así como en los logros de vínculos afectivos y amorosos por una maduración psicológica y afectiva, volviendo a caer el nivel del auto concepto al aproximarse la vejez, al percibir las pérdida de habilidades consecuentes a la edad.

Algo especialmente interesante y particular de esta época es la existencia de las redes sociales, internet y la cultura de la exposición que amplía la mirada del otro a ámbitos antes inaccesibles. Cuestiones de la vida privada hoy trascienden a la vidriera virtual exponiéndonos a las miradas y opiniones de miles de personas desconocidas. Este grado de exposición influye en nuestra percepción de éxito/fracaso al compararnos con pares indiscriminadamente, generando ansiedad y frustración, sin evaluar si los ejemplos con los que nos comparamos son los adecuados.

Recordemos que otro pilar en que se apoya el sostén de la autoestima es el amor de las personas, tomando en este caso la máscara de la aprobación del otro en general.

Una autoestima bien construida se manifiesta en varias áreas conductuales y actitudinales.

La persona con autoestima firme tiene la fuerza necesaria para buscar la superación de los obstáculos, a pesar de que pueda caer en el desaliento. Ante resultados no esperados la frustración no será muy prolongada y será capaz de obtener enseñanzas de estas experiencias. Cuando se goza de buena autoestima, se es autónomo, autosuficiente y seguro de sí mismo, capaz de tomar decisiones y elegir metas que quiere lograr, sin depender de las opiniones o expectativas que otros tengan para con el.

Este ítem es especialmente importante enfocándonos a lo que es imagen personal ya que desde el entorno se le transmitirán ideas de lo deseable, lo que debería lograr, cómo debería lucir, que no siempre se ajustan a la particularidad del individuo.

Si la persona tiene una autoestima con buena base, podrá realizar un análisis crítico de estos puntos y reconocerlos como verdaderos o falsos en relación a su propio deseo, y a lo que es capaz de lograr según las herramientas que posea.

El respeto y el aprecio hacia uno mismo es la mejor plataforma para relacionarse con el resto de las personas en forma saludable.

Es muy importante la participación de los padres en la génesis de la imagen personal del niño, ya que el sentido del propio valor se aprende del núcleo familiar y de los mensajes que ellos transmiten. Un niño que crece sintiéndose amado y seguro tiene más probabilidades de poseer un sentido alto de la autoestima y de desarrollar una identidad personal positiva. La forma en que se planta ante la vida y las relaciones una persona que se sabe valorada le permite generar lazos en donde se lo valore, lo cual retroalimenta la autoestima y renueva así el círculo virtuoso.

Construcción de la imagen del cuerpo

La concepción del cuerpo se va construyendo a lo largo de la infancia. El descubrimiento fundamental radica en concebir el cuerpo no como un descubrimiento que realiza el infante, sino como una construcción que se desarrolla a lo largo de los primeros cinco años. Este cuerpo se construye por un lado como una identificación en relación con otros cuerpos (la familia, el grupo social, la etnia) pero a la vez, es diferente y tiene sus propias particularidades.

En los primeros años de vida se gestan los aprendizajes primarios, como la expresión de los afectos, la actitud postural, al gestualidad y la mirada, a partir de los vínculos con los adultos significativos. Se configuran así las bases psicológicas de un concepto de cuerpo -la imagen corporal- particular, única y original.

En esta construcción es fundamental el reconocimiento del otro, en primer lugar de los padres, a través de la mirada. Dice Francoise Dolto (1984): "Para el niño, el rostro de sus padres que lo miran con amor, es el espejo de su cuerpo en orden".

Resumiendo, la imagen corporal es una representación psicológica subjetiva que puede llegar a ser sorprendentemente diferente de la apariencia real tal y como se ve claramente en las patologías alimentarias del orden de la anorexia pero también en mujeres que perciben su cuerpo como con caderas anchas, mucha cola o teniendo pechos pequeños/grandes cuando no es así a la percepción del observador externo. 

La imagen corporal es la representación consciente e inconsciente del propio cuerpo a través de tres registros:

  • Forma: Se refiere a las percepciones conscientes en relación al tamaño y límites corporales. Cuál es el ancho, el alto, el peso y la postura corporal. Cuál es su ubicación en el espacio, percepción del movimiento y superficie corporal accesible a los órganos de los sentidos, esto es, que se captan a través de ellos.
  • Contenido: En este ítem entran las percepciones interoceptivas y propioceptivas y cenestésicas de hambre/saciedad, tensión/distensión, frío/calor; dolor, cansancio, etc. 
  • Significado: el plano más inconsciente que corresponde al cuerpo erógeno y las representaciones del deseo subjetivo e individual, la capacidad de comunicar y simbolizar y crear relaciones vinculares con el entorno.

La imagen corporal está íntimamente ligada a la autoimagen, a la autoestima y al sentimiento de sí o identidad, en tanto el cuerpo como tal y la imagen que se forma en el psiquismo de dicho cuerpo, formarán parte de la identidad personal y social del sujeto. Permite que tome conciencia de sí mismo, de su lugar en el mundo y en relación con los otros.

Y simultáneamente, interactuando con los otros se nutre de contenidos simbólicos y significativos que le permiten interpretar el propio cuerpo retroalimentándose.

A partir de esta premisa, es claro que los valores y significados que la cultura transmite es más que relevante para la formación de la vivencia de ese cuerpo como siendo valioso sólo en tanto delgado, joven y sexuado por supuesto con las diferencias inherentes a las normas genéricas correspondientes a cada uno de los sexos.

En la adolescencia se produce un revival de los procesos de identificación, y se plantea una reorganización de la imagen corporal basamento fundamental de la autoestima impulsado por los cambios físicos y fisiológicos que se producen en esta etapa.

La necesidad además de salir de la posición infantil y generar la identidad propia y adulta, hace que la interacción con los grupos de pares cobre relevancia para lograr esta identidad siempre en el marco de las exigencias culturales de la comunidad a la que pertenecen, lo cual orienta hacia los roles que deberá ocupar el sujeto.

Los modelos culturales proveerán de símbolos y ejemplos que marcan el cuerpo desde lo estético, ético y sexual, a través de la oferta de imágenes ideales a las cuales el/la joven pueda identificarse, ya que los de origen ya no sirven.

Quiero decir con esto que el sistema de valores relativos al género masculino o femenino se presenta como el ideal a alcanzar para obtener así una sensación de bienestar y ajuste social.

La forma en que cada quien vivencia su imagen corporal, estará íntimamente ligada a las experiencias de reconocimiento del otro, padres, escuela y medios de comunicación, en su aceptación o rechazo, porque ellos transmiten los valores y normas que rigen al grupo. A través de las relaciones con el entorno, se incorporan los valores, características y actitudes que forman parte de la identidad personal, y conforman el modelo de belleza y atractivo sexual, por supuesto diferentes para cada uno de los sexos.

Los modelos culturales de belleza femenina de hoy en día exigen una altura, un peso y un aspecto en muchos casos inalcanzables por lo irreales, ya que están conseguidos a fuerza de cirugías plásticas y photoshop, y basados en cierto tipo de proporciones y contextura no compartidas por todas las personas, sino sólo por un escaso porcentaje de la población. Lo interesante de este punto es que esta idea funciona en una duplicidad perversa, ya que si bien aparentemente las mujeres sobre todo, pero también algunos hombres son conscientes de que las fotos y las ofertas de modelos femeninos son trucados por llamarlos de alguna manera, su repetición a través de los diferentes medios de comunicación gráfica los hacen parecer ante el psiquismo como reales y posibles de alcanzar, con la consecuente frustración cuando eso no ocurre.

Resulta preocupante el efecto sobre todo en la adolescencia, ya que si hubo conflictos en la formación de la autoestima éstos salen a la luz apoyándose en este caso en la mirada aprobatoria o desaprobatoria no ya de las figuras parentales ya no valoradas sino de sus pares y referentes que vienen a suplantar a éstos en el esperable camino hacia la diferenciación y crecimiento individual.

En esta etapa evolutiva, la presión de estos modelos ideales puede llegar a afectar gravemente a quienes están en esta situación de vulnerabilidad. Esta presión afecta con mucho más a las mujeres, que tienen el mandato social de ser jóvenes, delgadas, bellas que a los varones cuyo mandato apunta más al éxito económico, fortaleza, potencia (aunque estos paradigmas están cambiando, aún se sostienen).


Imagen personal, cuerpo, y mandatos sociales

Es claro que la subjetividad está en interacción constante con la sociedad, por lo que los fenómenos y situaciones que se presentan en un área, repercute en la otra. 

La sociedad marca claramente si bien a nivel inconsciente las pautas de qué se espera tanto de hombres como de mujeres, la transmisión de estos mandatos sociales se produce a través de mensajes publicitarios, de programas difundidos a través de la televisión y medios gráficos que participan de lo cotidiano de la vida de las personas.

Si bien los estereotipos de belleza cambian a lo largo del tiempo, en relación estrecha con las coyunturas sociales e históricas, desde tiempos inmemoriales se le pide a la mujer que sea bella con los cambios que este concepto ha tenido de la antigüedad hasta nuestros días.

En la actualidad estamos ante un mensaje en donde se exacerba la estética y se la valora incluso por encima del talento o conocimiento que la persona pueda tener. Esto se observa claramente por ejemplo, en los programas de TV, donde los protagonistas son con frecuencia interpretados por actrices y actores que físicamente cumplen con los requisitos estéticos del momento, independientemente de la calidad de su actuación y la existencia o no de talento.

En lo que hace al mundo de la moda y las producciones gráficas asociadas a la misma, también se observa este fenómeno en la elección y exposición de modelos de pasarela con una clara deficiencia de peso, y también en la propuesta de prendas con un tipo de diseño que no quedarían bien en cuerpos más rollizos, y en un orden más comercial en la falta de tallas para ciertas prendas.

Los mandatos sociales no solamente apuntan a la estética, también como generalidad se presenta la idea de que una persona exitosa y feliz debe poseer bienes materiales costosos (autos, celulares, etc.) así como popularidad, reconocimiento y fama... no así prestigio.

Aspectos que están relacionados ya que se presentan asociados las figuras de delgadez, el éxito y la fama. 

Estos ideales de belleza física, éxito y felicidad, influyen en todas las personas, pero tienen un impacto especial en los y las adolescentes, pues es precisamente la adolescencia cuando se realiza una re-construcción de la identidad, centrándose en gran medida en la re-construcción de la propia imagen. El adolescente -por la etapa vital que está recorriendo- busca especialmente el reconocimiento y la aprobación en la mirada del otro. Por eso la preocupación de cómo se ven y la pregunta sobre si son suficientemente atractivos se escuchan permanentemente. En algunos casos, incluso en la edad adulta sobre todo en el género femenino. La imagen se convierte de esta manera en un aspecto de vital importancia para el establecimiento de las relaciones con los demás, a partir de las variaciones de la autoestima. 

El peso psicológico que tienen estos estereotipos de belleza/éxito y el esfuerzo por ajustarse a los mismos puede llevar a desarrollar conductas autodestructivas o por lo menos riesgosas, como dietas incontroladas y trastornos alimentarios, ejercicio excesivo, consumo de esteroides y otras sustancias. 

Sólo al analizar críticamente estos modelos o ideales se percibe que los mismos están basados en estereotipos irreales y muchas veces irrelevantes, el dinero, la posición económica, el peso, etc. en relación a los valores importantes para el ser humano. Entran en contradicción con los ideales que se intenta enseñar desde la moral y el humanismo, como la cultura del trabajo, la importancia de la bondad, el altruismo, etc. y de este choque sale afectada la autoestima, sobre todo en personas en formación. 

Llegado este punto es donde quizás más evidentemente se ve el poder de la imagen personal como medio de comunicar nuestras virtudes y defectos, nuestra personalidad. La exagerada y casi ilimitada exposición a la que hoy día debemos hacer frente requiere una reflexión profunda acerca de cómo gerenciar cada uno de nosotros la imagen propia. 

Sostenida por la autoestima sana se proyectará una imagen personal bien comunicada, y en este espacio se generan actitudes de fortaleza y se transforman debilidades en aspectos positivos. La doble pregunta: ¿Cómo me veo, cómo deseo que me vean? cobra aquí una relevancia altísima. 

Trabajar la imagen externa es una manera operativa de lograr que la brecha entre quién soy y quién aparento ser y cómo me ven se angoste, logrando un mayor nivel de autenticidad y de satisfacción consigo mismo y el consecuente aumento o fortalecimiento de la autoestima. Es además, una buena herramienta para que se produzca una reflexión y un cuestionamiento sobre los modelos reinantes en la actualidad a nivel cultural y social para comenzar a generar un cambio en los mismos.

Cuerpo, imagen, moda

Llegada la adolescencia cobra fuerza el deseo ambivalente y compartido por los seres humanos en general, de co(n)-fundirse con el grupo social al que se pertenece o ambiciona pertenecer y a la vez destacarse individualmente por la originalidad o las particularidades personales. Como mencionamos, este deseo no es privativo de esa etapa, pero es en esa edad donde se manifiesta más virulentamente, porque al estar los jóvenes en tránsito a afirmar la propia individualidad y personalidad se encuentran en un momento de reflexión sobre quiénes son, que buscan, y de autoevaluación que pone en juego valores, objetivos y autoestima Y al tener menos herramientas para definir cuestiones internamente, se apoyarán en el entorno, encarnado por pares y modelos a seguir. 

En esta etapa es donde la moda puede comenzar a aparecer como una forma de satisfacer ambas necesidades psíquicas: por un lado ofrece un conjunto de propuestas claras que pueden ser seguidas con facilidad por quienes lo deseen, incluyéndolos de esta manera en un grupo, el grupo de los actualizados a la vez que propone la posibilidad de destacarse a partir de la diferencia de contenidos de un año a otro o de una temporada a la otra o bien al proponer variantes entre las que el usuario puede elegir a fin de ser original pero siempre, claro, dentro de las tendencias existentes. 

No olvidemos que según Giorgio Lomazzi: La moda como la del vestir, es ante todo un sistemas de signos significantes, un lenguaje: el modo más cómodo pero también más importante y el más directo que un individuo puede utilizar cotidianamente para expresarse más allá de la palabra (Lomazzi, 1972). 

A través de la adhesión a la moda, se intenta respetar las reglas del grupo al que se pertenece, o al que se desea acceder. Es interesante ver cómo cuando la integración al grupo es lo suficientemente intensa, las normas o los dictados de la moda están tan asimilados dentro del mismo que crean a sus integrantes la ilusión de estar en plena libertad de elegir qué prendas o tipologías usar, de crear una moda propia. 

Un ejemplo claro en la actualidad es la elección por la delgadez extrema y el aspecto deportivo por partes de las mujeres de cualquier edad y contextura, sin tener en cuenta las propias particularidades. La belleza y el ser deseada va de la mano de una delgadez extrema, firmeza en la musculatura y en la piel y mantenerse joven. 

Este modelo irreal del que hablábamos anteriormente, impuesto culturalmente a través de la comunicación de medios variados, es aceptado y validado por el segmento femenino en su totalidad. 

De esta manera vemos cómo mujeres de cualquier franja edad se esfuerzan diariamente en dietas, ejercicio físico, tratamientos rejuvenecedores y estéticos más o menos agresivos a fin de mantener el aspecto marcado por nuestra cultura, donde se ha impuesto la noción de que la delgadez es valiosa y respetable. Aún a costa de su propia salud o infelicidad. Porque el alejarse de estos modelos generalmente en forma involuntaria es rechazado por el grupo y estigmatizado, con el consiguiente impacto negativo en la autoestima. 

Lo interesante de esta concepción es la creencia y convencimiento de que las mujeres aceptan esta imposición por propia voluntad. Al respecto es muy interesante la comparación que hace Bryan Turner a propósito de las similitudes entre el ansia de delgadez y el imperio del corset. Dice: El corset del s. XIX y la manía del s. XX por la delgadez conseguida con la dieta y el ejercicio regulares aseguran que las mujeres se ajusten a ciertas normas de belleza que se presume son atractivas a los hombres. En e este sentido, éstas últimas ilustraba la naturaleza sumisa de las mujeres en una sociedad organizada alrededor de valores e instituciones patriarcales (...). El cuerpo delgado es el camino de una mujer hacia los brazos, el corazón y el hogar de un hombre. El corset era, cuando menos, una condición necesaria para el éxito en el mercado matrimonial (Turner, 1989). 

Si bien actualmente el matrimonio no está quizás en primerísimo primer lugar en los valores de las mujeres, el cuerpo delgado y modificado a fuerza de cirugías plásticas sigue apareciendo como el pasaporte a "todo lo bueno" de la vida: amor, éxito, dinero, felicidad y la aceptación social. 

Un papel importante en la formación de la idea de cuerpo perfecto/irreal lo tiene la difusión indiscriminada de la aplicación del photoshop a casi la totalidad de las producciones gráficas. Pieles idealmente doradas, arrugas desaparecidas, marcas y pliegues borrados van dando lugar de a poco a una idea de cuerpo incorruptible como si esto fuera lo esperable y natural. En este marco, son pocas las personas -sobre todo mujeres- que se acepten o tengan una mirada positiva sobre sí mismas independientemente de lo bien que se encuentren en relación a lo esperable a la edad que tengan, biológicamente hablando. 

La imagen personal está de esta manera distorsionada por el bombardeo constante que sufren las mujeres desde los medios de comunicación, y también desde los modelos impuestos desde las pasarelas. Es de esta manera que se va formando entre cuerpo, imagen e identidad una relación imperfecta. El cuerpo es negado en su biología, no se acepta envejecer, ni engordar, ni tener marcas, en pos de una imagen ideal que nace de la fantasía. Se corre detrás de una imagen estética que no tiene en cuenta la particularidad de cada sujeto ni siquiera las posibilidades dadas por la genética. Y esto provoca sufrimiento. Impacta directamente en la autoestima. 

¿Cuál es el camino a seguir, entonces? ¿Cuál es la meta, el objetivo trascendental de nuestro trabajo? La transformación pasará por dejar de intentar que el cuerpo y las personas se ajusten a un modelo predeterminado en el cual debe encajar bajo apercibimiento de desvalorización a lograr un cuerpo en armonía consigo mismo y con el medio circundante, tanto social como natural. De valorar las diferencias y la riqueza que aportan a las relaciones y al mundo como tal. La autenticidad como nuevo valor social indicará que el mejor cuerpo será aquel que corresponda a la conformación natural de cada persona. El atractivo de un cuerpo no estará en su delgadez sino en la imagen que represente su salud [...] (Saulquin, 2001). Se trata ya de vivir en contacto permanente con un cuerpo al que se cuida y protege, impulsando la recuperación del sentido primitivo y original de un cuerpo en armonía con el universo. 

Nuestra función es recomponer esa relación imperfecta, reacomodar los conceptos de cuerpo, imagen e identidad para que convivan más armoniosamente a partir de la aceptación de las propias particularidades, la concientización de los defectos pero también de las virtudes que se poseen, abrazando el cuerpo real con sus partes positivas, aliviando la tensión que surge de la enorme diferencia que hay en algunos casos entre la imagen real y la imagen ideal de sí mismo. 

Es innegable que el aspecto de cada quien es la tarjeta de presentación que puede abrirle o cerrarle puertas al logro de objetivos variados. 

La imagen estética, la imagen personal no sólo en su vertiente de vestuario, maquillaje y peinado sino también en la de oratoria, relación con el entorno, modales, es el catalizador de las características internas. 

La imagen personal es una construcción, porque es algo vivo, algo que se crea y se modifica, que proyecta nuestro yo y es, principalmente una comunicación. Hablamos de nosotros a través de nuestra imagen personal. Decimos si somos cordiales o agresivos, abiertos o de pensamiento estructurado, contamos nuestros gustos, nuestro nivel educativo, de si nos respetamos. Hablamos de nuestros ideales sin abrir la boca y fundamentalmente, revelamos cuál es el concepto que tenemos de nosotros mismos y nuestra seguridad para llevar adelante nuestras vidas. 

El angustiado suele estar paralizado. En los angustiados hay sumisión, hay desesperación irreflexiva por sentirse inadecuados, incompetentes para cumplir una función o un deber que es inapelable, incuestionable. Y este desajuste marca la relación imperfecta entre quienes somos y quienes queremos ser o quienes pensamos que queremos ser. En los angustiados no hay demasiada reflexión sobre si ese mandato que no se cumple es válido. Si es importante y si debe ser tan universal como se supone. Si existe una universalidad una uniformidad cuando hablamos de la cuestión humana. Se quiere cumplir a cualquier costo, incluso la propia salud, como se ve en los casos de personas con trastornos de la alimentación, más allá del signo que tengan anorexia u obesidad y de la imagen vigorexiaca, de adictos al deporte.

Casos especiales

Cuando una mujer vive con obesidad, sufre un alejamiento notorio de lo que es el paradigma de belleza y pérdida de la autoestima. La tarea aquí es re-construir su imagen estética, reforzar su autoestima, mejorar su estado de ánimo y la relación con su entorno social, al no sentirse como objeto de la mirada reprobatoria o de horror del otro. 

La persona obesa, al vivir un alejamiento del prototipo de la belleza femenina y masculina con un sustrato de baja autoestima en la generalidad de los casos como un proceso que ocurre en forma lenta y sostenida, existe además el agravante de que recién en este tiempo existen casas de ropa que pueden ofrecer tallas adecuados con algo de diseño y estética en sus prendas. Hasta hace un tiempo la idea era que la persona obesa debía ocultar su cuerpo. De la mano de ciertas campañas -aún rudimentarias- y la aparición de una mayor oferta de vestuario, comienza a instaurarse la idea de que no tiene por qué ser así, y que es válido su deseo de lucir como cualquier otra mujer. Esta tendencia está en sus albores, pero con grandes posibilidades de pisar firme, ya que no solamente se centra en la obesidad en sí sino en el sobrepeso, que curiosamente muchas mujeres sienten tener, más allá de que esto sea verdad o no. 

Una particularidad que la persona con obesidad vive es el desprecio de los demás e incluso de sí misma, debida a la creencia de que la persona es "gorda" porque quiere, sin tener en cuenta que es un síndrome conformado por factores diversos que se interrelacionan y actúan entre sí como la herencia genética, sedentarismo, comer excesivamente, metabolismos disfuncionales y aspectos psicológicos y sociales. 

En cuanto a los aspectos sociales, en el momento actual la sociedad es obesofóbica -prueba de esto es observar que el calificativo "gorda" es utilizado muchas veces como un insulto entre mujeres- en donde las personas con esta enfermedad son estigmatizadas y sufren consecuencias en la autoestima, dificulta las relaciones amorosas y el colocarse en la vida laboral por las connotaciones inherentes al estar obeso para el imaginario social: descontrol, vagancia, flojera. 

Las personas con un sobrepeso grande, se encuentran viviendo sensaciones de desvalorización a diario y una presión social importante, juzgados como físicamente menos atractivos, carentes de voluntad y conducta, lo que lleva a que muchas personas con sobrepeso desarrollen una imagen corporal negativa que muchas veces se mantiene a lo largo del tiempo. 

Encontramos en estos casos, que existe una preocupación estresante por la apariencia, más inhibitoria que una simple insatisfacción y la consecuente timidez y vergüenza, cuando esta apariencia es percibida por otras personas, que desemboca en un sentimiento de timidez o vergüenza en situaciones sociales. Además de la excesiva importancia que se le da a la apariencia física en la autoevaluación, la persona llega a evitar la participación en actividades por vergüenza ante su apariencia y la respuesta negativa que siente desde el entorno. 

La insatisfacción con la imagen corporal en la obesidad no solo es una motivación frecuente para intentar bajar de peso sino también puede ser motivo de un importante y significativo impedimento y malestar crónico ya que influye en los pensamientos, sentimientos y conductas repercutiendo además notablemente en la calidad de vida de quien la padece. Los esfuerzos por ponerse a tono con lo que se supone pide la sociedad (una figura esbelta) conllevan también un trabajo emocional para resolver las consecuencias de llevar una dieta hipocalórica estricta, ansiedad, nerviosismo, irritabilidad y a veces hasta depresión, como también el vaivén dado por los ciclos de pérdida/recuperación del peso, o los estancamientos de peso que toman para las personas significación de fracaso y los hacen sentir inadecuados y criticados por su círculo social en general. 

Nuestra labor es romper mitos y apoyarte a diferenciar claramente la realidad de la fantasía (photoshop, cirugías plásticas, cuerpos moldeados a fuerza de dietas insalubres, etc) haciendote valorar los aspectos positivos de ti mism@, ejerciendo también la función de acompañante emocional. Promoveremos la reflexión y el cuestionamiento de los ideales imperantes a fin de construir una imagen personal a partir de valores como la libertad, la igualdad, el respeto y la aceptación de las diferencias. Estimularemos conductas que favorezcan tu salud y desarrollo integral apoyando tu bienestar personal, resaltando tus particularidades. 

Apuntamos a la valoración de tu riqueza interior y tipología corporal para lograr una relación perfecta y armónica entre tu aspecto exterior e interior que te haga vivir a gusto contigo mism@ y más feliz.

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